
Luego me describió como unos años antes al momento de casarse y unas semanas antes de su boda, cayó en pánico cuando se probó su traje de novia. Seguramente, la ropa más importante y la más cara de su vida. Motivada, se inscribió en un gimnasio para perder unos kilos. Ella se encontraba muy feliz cuando logró ponerse fácilmente su traje.
La boda fue un éxito… la luna de miel igual… pero llegó la navidad, y muy pronto las excusas para no hacer más ejercicio de manera regular. Ella se prometía a menudo, « mañana iré al gimnasio o este fin de semana, o durante las vacaciones », pero siempre posponía el plazo. Y mientras más lo posponía, más nerviosa se sentía de retomar el deporte.
Un domingo, su esposo (que siempre estaba presente cuando ella se quejaba o que se buscaba excusas para no ir al gimnasio), le propuso dar una vuelta. Él se paró frente al gimnasio y le dió su bolso de deporte, repentinamente, él la tomó de sorpresa. Sin embargo, y sin confesárselo a su esposo, ella disfrutó mucho esa sesión de deporte.
Hoy en día, se dió cuenta que enfocarse en su peso no servía para nada, quejarse tampoco y que si siempre ella actuaba igual, nada cambiaría nunca. En un mismo contexto, si actuamos siempre igual, obtenemos siempre los mismos resultados. Si estos resultados no nos gustan, entonces hay que cambiar nuestra forma de actuar.
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